REFLEXIONES DESDE LA VOZ DE SEPULVEDA
“La erradicación de los conflictos y su disolución en una cálida convivencia no es una meta alcanzable, ni deseable… es preciso, por el contrario, construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión al otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo… una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”.
Resulta de interés el estilo empleado por Sepúlveda para plantear sus argumentos en relación a las causas justas de la guerra a través del diálogo, en el que Leopoldo, sostiene la tesis contraria al autor personificado en Demócrates, quien en su concepción difunde un mensaje de entrega total a las causas de una guerra que es valorada desde una concepción de preceptos teológicos que rigen su visión. La cual desde una fundamentación filosófica apoyada en autores representativos como San agustín, Santo Tomás y Aristóteles busca perfilar un piso jurídico que haga considerar lícita la guerra, el sometimiento de los indios. La argumentación de Sepúlveda está impregnada de un alto sentido religioso, dentro de la tendencia escolástico cristiana, que concebía la dominación como una obra religiosa, y por ser religioso cristiana, de caridad hacia el prójimo. Mas al lado de esto encontramos en contradicción el razonamiento de superioridad natural de los españoles, y el deber de sumisión por parte de los indios.
Pero para el caso de mi lectura interesa analizar a través de una transferencia y recontextualización la idea de dominación, de sometimiento, de guerra, no desde la dimensión teológica aplicable en el pensamiento de Sepúlveda para el caso concreto de la conquista de América, sino ante todo hablar de las conquistas de territorio por las cuales atravesamos los colombianos en este conflicto continuo, que bien puede contrastarse por efecto con el sometimiento de unos grupos sobre otros, con la superioridad natural que a veces exhiben los insurgentes y las comunidades abatidas expuestas a la indeseable sumisión de someterse a un poder ilegítimo o insurreccionarse en defensa de sus intereses, hechos todos que pueden ser analizados alrededor de la búsqueda de unas causas que los justifiquen como hechos justos.
Otro aspecto que tomare en contraste será que Sepúlveda partió de la racionalidad, concebía así una humanidad estructurada bajo el principio de que unos hombres son mas racionales que otros, y que los más sabios y prudentes deben gobernar, dominar a los más ignorantes y rudos, empleando con moderación la fuerza sobre estos para librarlos de su salvajismo y civilizarlos, por supuesto en esta lucha se repudiaba la crueldad innecesaria.
Ideas todas que me parecen interesantes para analizar esta época de conflictos, donde la crueldad se patentiza en las masacres y el dolor que a diario se expone en los entornos que nos rodean, donde las personas son objetos de conquistas, obligadas a modificar su decir, pensar, actuar y obrar, donde existen también unos sectores que se creen con el derecho de conquistar conciencias y modificar formas de vida en función de leyes, normas, consignas de progreso social, tras las figuras del sometimiento, el desplazamiento, donde ¡reina la disputa! que poco a poco se ha ido calando modificando los imaginarios, constituyendo a la guerra en un imaginario simbólico que esta lleno de muchas causas que parecen darle origen y que por tanto se nos tornan incomprensibles.
En esta época poco a poco nos hemos ido acostumbrando a hablar de la guerra, palabra tan nueva y tan vieja para nosotros, que es anterior a la dominación romana y hoy nos resulta tan propia desde la desterritorialidad impuesta por vías violentas a nuestras poblaciones que también entrañan cantidad de indios, etnias, personas, que se están aniquilando por causas de un conflicto armado que parece haber olvidado totalmente las “causas justas” de una guerra; acto que orienta hoy a algunos sectores o poblaciones a convertirse en pueblos marginados, sometidos por la fuerza de las armas. Así como Sepúlveda plantea en su análisis algunos argumentos que justifiquen el sometimiento de los indios por parte de los españoles quienes con su poder ideológico de la mano del cristianismo fueron poco a poco justificando desmanes y violencias contra esos grupos, también rondan hoy ideologías equivocadas que buscan pintar el conflicto como una vía necesaria para un cambio positivo para la nación, para lograr la paz y refundar una sociedad no excluyente y democrática.
Resulta interesante saber que existen ciertos antecedentes históricos desde lo tratado por Sepúlveda que justifican la guerra, el enfrentamiento con el otro, como un medio efectivo para garantizar el curso recto de un gobierno, el aseguramiento de unas relaciones de bienestar en función de derechos y deberes para los seres humanos, que pueden tipificar esta acción como justa, desde este horizonte planteo este interrogante: ¿Podría predicarse desde los argumentos expuestos por el autor que toda guerra es justa?
“La guerra justa no sólo exige justas causas para emprenderse, sino legítima autoridad y recto ánimo en quien la haga, y recta manera de hacerla. Porque no es lícito a cualquiera emprender una guerra, fuera del caso en que se trate de rechazar una injuria dentro de los límites de la moderna defensa” Sólo cuando estas circunstancias se den conjunta y solidariamente será justa la guerra; con una que falte, la guerra será injusta.
Poner en consideración estos principios al interior de las comunidades humanas de acuerdo a unos intereses inmediatos e históricos, contribuiría a acumular razones que lleven a comprender el conflicto de nuestra sociedad que es ya la resultante de una lógica destructiva y regresiva del obrar ético del ser humano.
Desde esta línea, también para Sepúlveda toda guerra aunque sea justa está sometida a una serie de limitaciones en lo que respecta sobre todo, a la protección de la población inocente que sufre las consecuencias de la misma. Aunque el señala especialmente dentro de este grupo a “embajadores, extranjeros o clérigos”, el principio que busco resaltar para el contexto actual del conflicto de nuestro territorio es el de incluir a esta población en el ataque, a los inocentes; puesto que la guerra tal como hoy se entiende y se practica no presenta consideración alguna a las personas inocentes en ella implicadas, es un mal gravísimo, porque ahora quienes la declaran desconocen los principios que la legitiman, por los cuales esta puede ser declarada en una sociedad. La característica reinante es la deshumanización, puesto que los procesos violentos a los cuales acudimos hoy están dando origen a una juridicidad y a una institucionalidad carente de legitimidad.
Así desde el hecho analizado por Sepúlveda se exige que se guarde moderación en toda guerra y sobre todo que se respete a los inocentes. Estas son sus palabras:
“Ha de observarse en el desarrollo de una guerra, como en las demás cosas, la moderación, de suerte que, a ser posible, no sufran daño los inocentes, no trascienda la desgracia a los embajadores, extranjeros o clérigos, se respeten las cosas sagradas y no se castigue al enemigo más de lo justo; pues ha de guardarse la palabra dada al enemigo y no hemos de extremar nuestro castigo con él, sino en proporción a su culpa”
Sería conveniente recalcar este principio a los ideólogos del conflicto en nuestros territorios para que la sociedad civil quede por fuera de las armas y muertes, buscando la justicia de una guerra que deje por fuera a los inocentes. Sin embargo aunque podemos decir que la barbarie generada hoy desde nuestra sociedad no es del todo reductible a las categorías que justifican una guerra desde el acontecimiento analizado por el autor, se puede afirmar también que tampoco es ajena a algunas adjetivaciones que exponen los grupos dominantes sobre los seres humanos vistos ahora así como el indio en Sepúlveda, como una población de animales que carecen de razón, decisión, expresión, derechos humanos, lo cual hace pensar que resulta ilusorio el intentar humanizar la guerra al analizar las causas justificativas de ella en general : repeler la fuerza con la fuerza, recobrar los bienes injustamente arrebatados, exigir el castigo debido de quienes han cometido la ofensa, si antes no fueron castigados por su propia ciudad. En esta guerra de hoy ya no podemos identificar claramente estas causas que la hacen justa puesto que las implicaciones sociales de pobreza, desplazamiento y marginalidad que a ella le atañen dejan apreciar que se desconoce totalmente las razones por las cuales nos es declarada a diario en nuestra nación.
El crecimiento de las resistencias sea con las fuerzas militares, con la guerrilla y las revueltas de los campesinos desplazados indica que se busca transformar el mundo desde el enfrentamiento de los seres humanos, por la defensa de unos intereses y necesidades que en la mayor parte de los casos termina siendo ajena a la del sector sometido y atacado, a las víctimas, ya que el gobierno en ocasiones también comete actos injustos por la imposición de sus criterios de orden, equidad y justicia que se expresan en función de consecución de tierras, dinero, reconocimiento y ante todo por una nueva avaricia que reina en la actualidad, la del poder atributo del príncipe quien tiene la potestad de declarar como justa una guerra aunque las consecuencias sean injustas, desde la legitima autoridad que a este le corresponde desde un principio fundamental:
“Es injusta toda guerra que no ha sido formalmente declarada, declaración que compete exclusivamente al príncipe, esto es, a la más alta autoridad del Estado”. Es decir, por príncipe se ha de entender aquella persona que está al frente de una forma de gobierno legítima, que está investido de la suprema autoridad y gobierna sin dependencia de un jefe superior”.
Desde todas estas explicaciones se puede decir que nuestro conflicto no tiene unas causas claras que lo tipifiquen como justo, ya que la dominación de unos grupos sobre otros para mantener un control social esta obligando a las personas a silenciarse, a negar sus derechos, a olvidar su identidad, despojándolos de sus tierras, obligándolos a cambiar sus formas de pensamiento, su cultura, en una lucha absurda que tiene ya como principio central la sobrevivencia a la cual amenazan las mentes desequilibradas de personajes para quienes la guerra se hace desde una concepción de destrucción, sin considerar su verdadero trasfondo, la paz, que sí podría contribuir para el surgimiento de una nueva sociedad, cualidad y verbo del cual habla también Sepúlveda desde una visión dicotómica: guerra/paz.

No podemos buscar definir y justificar una guerra sin relacionarla con su finalidad: la paz. Y así como ocurre con los territorios, también estas dos palabras fronterizas se mueven intentando engañar, procurando que no se note el movimiento, su acción. Así tenemos definiciones tan peregrinas de paz como “periodo de transición entre dos guerras”; o definición de guerra como “ actuaciones necesarias para cambiar las condiciones de paz”, es tal la implicación de una sobre la otra , que al que hace la paz se le acusa de que esta haciendo la guerra, y el que hace la guerra puede alardear de que está construyendo la paz, esta parece ser una confrontación presente en la obra de Sepúlveda, quien deja comprender desde mi interpretación que es un partidario resuelto de un sentido particular de paz, así afirma:
“… y en otros casos por necesidad, se ven obligados los mejores príncipes a hacer la guerra, de la cual dicen los sabios que ha de hacerse de tal suerte que no parezca sino un medio para buscar la paz. En suma, la guerra nunca debe emprenderse, sino después de madura deliberación, y por causas justísimas.(…), porque no se busca la paz `para ejercitar la guerra, sino que se hace la guerra para adquirir la paz.”
Además en otra parte del texto : “Leopoldo abre el libro con esta rotunda manifestación: Te diré una y mil veces que considero injustificada la guerra, sobre todo entre cristianos. A la que Demócrates inmediatamente contesta _Ojala que Dios, óptimo y máximo, inspirase esta idea a todos los reyes y príncipes de cualquier república, para que cada uno estuviese contento con lo suyo, y así, no invadiese, movido de avaricia, el campo ajeno ni con ambición cruel e impía buscase la gloria o la fama en la destrucción de los demás. Ambos males han descarriado a muchos príncipes y les han armado para perdición mutua de sus pueblos e inmensa desgracia del género humano, con menoscabo de la tranquilidad y desprecio de la paz; pues cuando ésta falta en una nación, parece que falta en ella la felicidad más grande a que pueden aspirar las ciudades, ya que a éstas se las considera felices y dichosas precisamente cuando en el seno de la paz llevan una vida virtuosa”.
Finalmente los que nos hacen la guerra hace mucho que olvidaron las razones por las cuales esta puede tener curso en las sociedades, puesto que se declaran portadores de unas banderas que trabajan sinceramente por la paz, y que los muertos y demás masacres, nos los hacen porque han descubierto que los necesitamos para explotar el papel de víctimas, porque unas cuantas muertes son necesarias para garantizar el supuesto bienestar de una comunidad, el orden de un gobierno que busca legitimar por todos los medios el conflicto que a diario recuerda que el ser humano está dejando que impere más el instinto que la razón en relación a su obrar, negándose a comprender que este mundo es un continente heterogéneo de intereses, sensaciones e ideas que buscan un lugar en el cual se debe proclamar la alteridad, el respeto al otro, a su mismidad.
No se trata entonces de resolver los conflictos, de abolir cualquier indicio de guerra, se trata mejor de intensificarlos a través del ejercicio del pensamiento, vivirlos hasta el límite para que desencadenándose puedan ser comprendidos, estudiados y abran la posibilidad de encontrar salidas que antes que clausurarlos permitan entenderlos de mejor modo, comprendiendo unas causas que permitan considerarlo justo. Pero esta intensificación supone al mismo tiempo la puesta en diálogo de los distintos discursos, sin embargo se trata de un diálogo que es al mismo tiempo una lucha, puesto que el conflicto, la guerra es probablemente la única posibilidad de la libertad, es la posibilidad del reconocimiento del individuo en medio de la multiplicidad.
“(…) ya que es precisamente el conflicto el que posibilita que una sociedad crezca y ponga en movimiento los lazos y actores sociales. El conflicto es aquello que hace posible la movilidad de una sociedad; de acuerdo con Marx, éste genera el tránsito permanente que se da al interior de ella. Al gestarse nuevos conflictos se gestan también nuevas ideas. Es así como el conflicto resulta ser la “naturaleza” de la sociedad misma que la dinamiza y la pone en movimiento.”
“Porque el fin de la guerra justa es el llegar a vivir en paz y tranquilidad, en justicia y práctica de la virtud, quitando a los hombres malos la facultad de dañar y de ofender. En suma la guerra no ha de hacerse más que por el bien público, que es el fin de todas las leyes constituidas, recta y naturalmente, en una república”
Para Zuleta, eliminar el conflicto no sólo implica eliminarlo a él sino a la sociedad donde éste puede producirse, en el marco de un país con una guerra exacerbada, con sus patrones culturales reencuadrados en los imaginarios colectivos que denominan terrorismo todo lo que se salga de lo socialmente imaginado como 'normal' ( culturalmente anormal es, ahora, no apoyar a Uribe), la contención del ya casi inevitable desborde del drama social definido y caldeado alrededor de dos millones de desplazados, del desempleo son sólo algunas muestras de una guerra simbólica, que, al universalizarse en el imaginario colectivo la relación amigo-enemigos, ha generado la representación social según la cual frente a las guerrillas no cabe otra alternativa que la de su derrota militar.
Una de las bases centrales para viabilizar la decisión guerrerista ha sido la guerra simbólica, que ha tenido como población objeto al conjunto de los colombianos ; en porcentajes, ha sido muy bajo el segmento de la sociedad nacional mentalmente preparado e inmunizado contra los perversos efectos sicosociales de este tipo de guerra. En casi todas las mentes y corazones, ella está haciendo mella, sobre todo, por desgracia, entre los jóvenes y los niños.. De nuevo, como entre 1947 y 1958, todos ellos han internalizado el imaginario de que, como decía Estanislao Zuleta, en este país la mejor forma de resolver un conflicto es eliminando al contrario (5), ya al contrario guerrillero ya al contrario proestado. Si la guerra como materialidad militar no ha polarizado la sociedad nacional, la guerra simbólica sí está haciendo estragos en el corazón de los colombianos hasta llegar al caso de muchas familias y grupos de parroquianos 'pluralistas' que, en la práctica, han resuelto eliminar el problema de la guerra de las carlas de sobremesa y de sus conversatorios cotidianos ; por otra parte, el discurso oficial de poder, que se inicia a partir de la conceptualización fluida pero monotemática y cablegráfica de Uribe, que continúa -radicalizado hacia la extrema derecha - con la oratoria ilustrada, pero churrigueresca y grecoquimbáyica de Fernando Londoño, a quien le encanta deslumbrar inhibiendo la reflexión y el análisis y que culmina dejando callados a casi todos los restantes ministros o balbuciendo algunas rápidas formulaciones técnicas, no está haciendo otra cosa que reforzar las significaciones imaginarias bélicas.
En la actualidad del año 2002 la mayor o menor amplitud del carácter nacional del conflicto armado debe ser precisado en distintas dimensiones. Presente la guerra, como materialidad militar, con uno u otro evento en casi todo el territorio nacional, en lo sociopolítico ha estado muy lejos de fragmentar y polarizar a la ciudadanía en bandos encontrados siendo, en lo simbólico, donde ha alcanzado los grados más elevados de universalización.
En general, podría decirse que aunque la guerra simbólica se ha teñido de los colores y particularidades de las culturas regionales o de las propias de cada etnia (blancos,negros, indígenas), clase social, género o ideología política, sin embargo, sus más importantes factores de cohesión han estado ligados a los esfuerzos del gobierno y de los Medios de Comunicación por meter a Uribe Vélez en el corazón, así como en la carterita de cada colombiano, aquella donde se mete la foto de la amada al lado del fajito de billetes. Esta guerra simbólica, entonces, no podría escaparse en el momento de definir y poner en acción Estrategias locales, regionales o comunitarias de Diálogos o Conversatorios regionales con las insurgencias.
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